“ARQ
Clarin”
Protagonista
Diego Boyadjian: “Entender a los edificios como lugares habitables”
El arquitecto y docente de la FADU-UBA explica cuáles son las áreas que deben conocerse para un ejercicio exitoso de la profesión.
Hace casi 25 años que Diego Boyadjian es profesor de la cátedra Solsona – Ledesma en la FADU – UBA y todavía sigue aprendiendo. Lo hace a través de los concursos, de los encargos en el exterior —que lo “obligan” a profundizar en otros códigos—y del ejercicio mismo de la profesión, en donde todos los días hace equilibrio entre las necesidades del cliente y las de la ciudad.
En diálogo con ARQ, el fundador del estudio que lleva su nombre desde 2014 (antes fue socio en DHFB, junto a los arquitectos Hernán de los Heros y Hernán Ferrero) cuenta cómo su experiencia a lo largo de los años lo ayudó a descubrir cuáles son las tres áreas que un profesional debe conocer para contar con una buena “caja de herramientas”.
— ¿Qué cualidades distinguen a las obras de tu estudio?
— Siempre me interesó el tema de la ciudad desde la posibilidad de hacer un aporte; incluso en la facultad me desarrollé en el análisis de la morfología de Buenos Aires. También representé a la FADU en la redacción de los nuevos códigos, con lo cual siempre me interesó esta cosa dual que pueden tener los edificios: lo que pueden aportar desde lo habitacional y a la ciudad. Con lo cual siempre me importó mucho su relación no solo con los linderos sino con el entorno inmediato, más allá de las medianeras. Me gusta analizar cómo se da un aporte a un conjunto que se va materializando de a poco.
Mi postura es muy pro-torre, sin embargo, no en cualquier lado, ni de cualquier forma. El código actual limita mucho la edificación en altura más allá de los 38 metros. Creo que se puede pensar en edificios que aporten a la peatonalidad y al área pública. Una torre no tiene por qué estropear el entorno.
— Tu estudio hace obras de mediana escala de diferentes tipologías. En todos los casos es importante la rentabilidad, pero especialmente en lo que refiere a oficinas. ¿Cómo gestionás un proyecto para que dé ganancias al cliente y, al mismo tiempo, favorezca a la ciudad?
— Por supuesto, el tema de la rentabilidad es la condición inicial no solo para que el cliente esté conforme, también para ganar el encargo. Está en la capacidad de cada estudio presentar el mejor edificio posible con el mayor rendimiento económico. Siempre pensamos en la optimización de superficies y en la eficiencia de recursos, como construir unidades de curtain wall, es decir que los edificios tengan un sistema relativamente repetitivo y sencillo. Además, una condición permanente es la flexibilidad porque desde que el cliente compra el terreno hasta que se muda hay un montón de cambios. Por ejemplo, en un edificio que proyectamos en Catalinas empezamos con la idea de un uso y, como lo terminó alquilando un estudio de abogados con una distribución de planta muy particular, este cambió. Habría sido distinto si lo alquilaba una empresa de tecnología. Por otra parte, el edificio fue mutando en cuanto a los requerimientos de sustentabilidad. En todo ese proceso, los aspectos que le pudimos dar tanto en la estructura, instalaciones y plantas permitieron que el edificio se adaptara más fácil cuando casi al final se decidió quién lo iba a alquilar.
— Desde que vivimos el aislamiento, se habla de un cambio en las maneras de habitar. En ese sentido, la flexibilidad parece que será insoslayable en cada proyecto.
La flexibilidad es el tema urbano que se viene, tenemos que entender a los edificios como locales habitables. Si querés, de determinada categoría. Es algo que trabajamos desde la facultad y que siempre me interesó. Es una pena que ciudades como Buenos Aires, que tienen un montón de edificios históricos, incluso patrimoniales, los dejen al margen de la dinámica urbana o económica de la ciudad cuando podrían ser transformados en espacios habitables y serían mucho más interesantes que las propuestas habitacionales que hay en el mercado. Imaginarse un edificio corporativo transformado en espacio de vivienda sería genial, como pasa en Nueva York con edificios de exfábricas, que se reconvirtieron y lograron una espacialidad mucho mejor que la que propone el mercado.
— ¿Participás de concursos?
— Sí, siempre me interesó porque es una especialización que vas haciendo según la temática que te va tocando. En lo particular siempre nos divirtió, se arman equipos muy grandes, y nos gusta trabajar programas complejos o la interacción de programas diversos. Me interesa esa pulsión variada, ese conflicto que se genera con los edificios que tienen múltiples usos. Así fue como participamos de la convocatoria para la nueva sede del Correo Argentino, que incluía oficinas y un centro de distribución, o la sede de Cancillería en Basavilbaso. Ambos me enriquecieron mucho y fueron un desafío.
— ¿Te gustaría trabajar en el exterior?
— Sí, y de hecho estamos estudiando algunas propuestas. Del exterior me interesa comprender cómo funcionan los códigos, en este momento estoy estudiando algunos de Estados Unidos. Me ayuda a pensar en cómo son las reglamentaciones en Buenos Aires y como tengo algo de formación, el abordaje es distinto. Creo que las posibilidades que te dan los códigos son la base de una buena o mala arquitectura, teniendo siempre en cuenta el tipo de subdivisión de lotes que tiene cada ciudad.
— ¿Cómo se ubican los arquitectos argentinos con respecto al mercado foráneo?
— Los arquitectos argentinos tenemos una formación muy amplia, tal vez poco especializada. Pero sí muy variada en cuanto a los alcances y por lo menos en mi interacción con profesionales de afuera esto se nota y está bueno. Por otra parte, hay temas que tienen que ver con la técnica constructiva; nosotros somos más tradicionales porque pensamos que las construcciones duran más tiempo, tienen menos renovación y, por otro lado, por nuestra tradición de mano de obra económica. En cuanto a la forma de proyectar, en Estados Unidos tienden a pensar las plantas de una manera muy simple, mientras que acá la diseñamos como un rompecabezas en donde vamos calzando los ambientes, encastrándolos, incluso desde la estructura. Allá es impensado un sistema de hormigón como el que tenemos nosotros, con vigas, losas y capiteles. Por el contrario, es todo una gran losa ancha y no se piensa tanto en el ahorro de material. Sucede que nosotros tenemos una realidad distinta en Buenos Aires, con lotes angostos y profundos. Ciudades menos densas y con menos desarrollo en altura tienen una forma de proyectar e incluso códigos pensados de otra manera, de plantas bajas y profundas.
Boyadjian es, además, miembro del Consejo Asesor de Asuntos Patrimoniales en representación de la UBA, un cargo que le permite completar lo que considera la “caja de herramientas” de un arquitecto: “La práctica profesional, la académica y el aporte a los entes regulares son las tres patas de un arquitecto”, concluye.